Una de las expresiones populares más conocidas en España es la de “dar gato por liebre”. De esta forma nos referimos a quien intenta engañarnos en la calidad de una cosa, dándonos algo parecido, pero peor.
El origen más probable de esta expresión, habría que buscarla en las prácticas de las que se acusaba antaño a los venteros, y que consistirían en dar carne de gato a quienes pedían liebre.
En mi familia, muy dados al uso de refranes y expresiones populares, dábamos la vuelta a la tortilla cuando queríamos hablar precisamente de lo contrario. Es decir, cuando se daba algo mejor de lo que se nos había pedido.
Como arquitecta, muchas veces doy “liebre por gato” a la hora de llevar a cabo los proyectos. Porque, aunque son ya muchas las personas que tienen noticias sobre arquitectura saludable, todavía hay quienes no conocen todos sus criterios, sus posibles aplicaciones y sus beneficios.
Así es que cuando alguien me encarga un proyecto para construir o reformar sus espacios de trabajo o sus hoteles, nos ponemos manos a la obra para ofrecer más. Se trata de aprovechar cada oportunidad para mejorar la calidad de vida de las personas.
Frente a las apuestas tradicionales, utilizamos materiales antibacterianos, pinturas que absorben C02 o moquetas que retienen las partículas de polvo más finas.
Además, optamos por los sistemas que mejoran la calidad del aire; materiales fonoabsorbentes; iluminación regulable y adaptada a los ritmos circadianos; equipos de purificación de agua; zonificación de temperatura con controles individualizados; extracción mecánica del radón, mobiliario activo y ergonómico o naturación de los espacios.
En un artículo es muy difícil, por no decir imposible, incluir todas las posibilidades que nos ofrece la arquitectura saludable, ayudada en los últimos años por la tecnología, pero también recuperando criterios y conocimientos acumulados a lo largo de la historia de la humanidad.
La situación actual, golpeados por la pandemia, preocupados por la sostenibilidad y el medio ambiente, nos obliga a reflexionar profundamente sobre nuestra forma de vida actual y nuestro modelo de futuro. Vivimos un cambio de paradigma global, con la arquitectura saludable como pieza clave en la construcción de nuestro futuro.
Los edificios en los que habitamos y trabajamos, los espacios cerrados en los que pasamos el 90% de nuestras vidas, deben ser seguros, protegernos de las enfermedades, convertirse en medicina preventiva.
Eso sucede cuando diseñamos espacios en los que garantizamos la calidad del aire, confort térmico, acústico y lumínico y mobiliario y ambientes ergonómicos. Nuestra salud y nuestra vida mejoran si no estamos expuestos a tóxicos de materiales de construcción y si estamos más descansados porque los espacios nos generan bienestar mental y nos liberan del estrés.
Según estudios de UC Berkeley, una mejor calidad del aire mejora la productividad entre un 8% y un 11%; tener vistas a un espacio natural incremente la concentración un 15% y el ruido o una temperatura inadecuada pueden reducir nuestra productividad hasta un 60%.
La arquitectura saludable no es un gasto. Es una inversión rentable porque por un desembolso moderado obtenemos grandes beneficios.
Dar libre por gato, nunca fue mejor negocio.
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