Susana Rodríguez
Madrid, 31 jul (EFE).- Residencias de veinte plazas situadas en zonas donde han vivido los mayores y diseñadas según los principios de la arquitectura saludable, con elementos que les ayuden a optimizar sus capacidades. El concepto de residencia-hogar es tendencia en Europa y por él apuestan los expertos para que la vida «no se pare» en la ancianidad.
Adaptar el edificio a las necesidades de la persona y convertir la residencia en una unidad de convivencia más parecida a un hogar que a un centro asistencial es una de las características del modelo nórdico que expertos en arquitectura proponen para España.
«La idea es que puedas tener una vejez en las condiciones más similares a las que has tenido toda tu vida», explica la arquitecta Rita Gasalla, miembro de la Asociación de Profesionales de las Relaciones Institucionales (APRI), una plataforma multidisciplinar que busca la interlocución con las administraciones para que se tengan en cuenta las propuestas de los profesionales.
Gasalla, presidenta de Galöw, una empresa pionera en el concepto de arquitectura saludable, cree que es el momento oportuno para que el sector público y el privado reconsideren cómo deben ser las residencias, vean lo que ha fallado durante la COVID y sean receptivos hacia un modelo de centros asistenciales concebidos como una continuidad del hogar.
DIMENSIÓN Y UBICACIÓN, CLAVES PARA EL BIENESTAR
Esta arquitecta defiende que el diseño de las nuevas residencias debería basarse en dos principios: la dimensión y el lugar donde se ubican.
«Tienen que ser mucho más pequeñas. Las personas, cuando están en lugares enormes e impersonales, tienden a deteriorar su calidad de vida. A todos nos gusta vivir de la manera más parecida a lo que hemos vivido en familia», dice a Efe.
Evitar la masificación es uno de los preceptos de esta experta, que sitúa entre diez y veinte el número recomendable de internos en cada centro para que sea un hogar personalizado, donde el mayor tenga su espacio de privacidad, independencia y servicios indispensables.
Reconoce que pasar de instituciones de hasta trescientas personas a otras con solo una veintena requiere un cambio de mentalidad, además de inversión, pero alude al ejemplo de Alemania, donde la mortalidad entre los ancianos de residencias a causa del coronavirus ha sido una de las más bajas del mundo.
La posibilidad de contagio disminuye «de forma drástica» con pocos residentes, argumenta Gasalla, al tiempo que advierte del peligro de la «aglomeración» en los centros geriátricos porque contribuye a la rápida transmisión de todo tipo de virus, no solo de la COVID.
Considera, además, que las residencias deben ubicarse en zonas donde los mayores vivían antes de necesitar cuidados.
«Que no pierdan el contacto con su barrio, con las personas con las que ha convivido toda su vida», defiende Gasalla, junto a la proximidad a un centro de salud para que el residente pueda ir caminando o ser trasladado en silla de ruedas.
Se suma así a las voces de expertos sociosanitarios que definen las residencias como lugares para cuidar, no para curar. Argumenta que no deben ser «en ningún momento» centros hospitalarios, porque es «inconcebible» pensar que alguien quiera irse a vivir a un hospital.
A su juicio, la garantía asistencial en centros de salud y hospitales de referencia haría viable económicamente el modelo de residencia-hogar, debido al ahorro del gasto que supondría no tenerlas medicalizadas.
El propósito de cercanía lleva a soluciones muy diferentes según se trate de un entorno rural o urbano. En este último caso, ¿qué se puede hacer cuando el mayor ha vivido siempre en un barrio o en un centro urbano donde no hay terreno para construir?
Para esta socia de APRI, una opción es rehabilitar inmuebles o, incluso, una parte concreta del edificio, porque se trata de dar alojamiento a un número muy reducido de personas.
RESIDENCIAS DISEÑADAS PARA UNA VIDA SALUDABLE
Para que una residencia pueda contribuir al bienestar es muy importante, explica Rita Gasalla, que el interior se diseñe respetando los criterios de la arquitectura saludable, un concepto en el que lleva dos décadas trabajando.
«Es básico si tenemos en cuenta que pasamos más del 90 % de nuestra vida en espacios cerrados», considera. Por ello, frente a edificios que pueden enfermar a las personas debido a la toxicidad de sus materiales o a aislamientos deficientes, pone el foco en aquellos que se proyectan pensando en prevenir enfermedades.
El aire que circula dentro es un factor clave, destaca esta pionera en arquitectura saludable. Alude a investigaciones de la Universidad de Harvard, que señalan que la función cognitiva de una persona aumenta entre un 8 y un 11 % si se renueva de forma constante.
La instalación de purificadores contribuye a este propósito, al tiempo que reduce la carga viral y el riesgo de contagio, mientras que la colocación de plantas naturales va más allá de una cuestión decorativa porque también ayudan a depurar el aire.
La ausencia de ruido es otro factor determinante para una buena calidad de vida: «Sabemos que los espacios bien tratados acústicamente pueden reducir en más de un 60 % la medicación de los ancianos», argumenta.
Escaleras seguras para los mayores con movilidad son un ejemplo de lo que denomina «arquitectura de elección» porque, gracias a los elementos de seguridad y a diseños «apetecibles», el residente puede animarse a utilizarlas como alternativa al ascensor, menos saludable.
Aludiendo de nuevo a la tendencia en el centro y norte de Europa, Rita Gasalla defiende que los cuidadores no vayan uniformados y que sean siempre los mismos, para que se pueda formar algo parecido a una unidad familiar.
Si a todos estos requisitos se suma la posibilidad de implicar activamente a los residentes en actividades cotidianas, el centro se acaba convirtiendo –concluye- en un nuevo hogar para el anciano y aleja su dolorosa percepción de que se ha trasladado a la residencia «a esperar la muerte». EFE
Este artículo fue publicado originalmente en La Vanguardia: