Gran parte de los edificios existentes son enfermantes en mayor o menor medida. Los espacios que afectan la salud y el bienestar de las personas han sido un tema de salud pública desde que, en los años 80, la Organización Mundial de la Salud identificara el Síndrome del Edificio Enfermo. Con el avance de la ciencia y la arquitectura, la comprensión de estas afecciones se ha profundizado y continúa, ahora más que nunca, en evolución.
Ahora sabemos, gracias a eso, que gran parte de los materiales de construcción de uso habitual emiten sustancias tóxicas al ambiente. Se trata de compuestos orgánicos volátiles (COV) y otros químicos, que en muchos casos deterioran, entre otros, el aparato respiratorio de los seres humanos.
lgo que en tiempos del SARS-CoV-2 ocupa la atención de equipos científicos y médicos de todo el mundo. Algunos de ellos, han ya demostrado que la contaminación juega un papel determinante el grado de complicaciones de los pacientes que contraen el Covid19. También se han venido estudiando cuidadosamente las vías de contagio y entre las conclusiones más impactantes, se encuentra el hecho de que el virus se puede transmitir en el aire, especialmente en espacios cerrados y con poca ventilación.
Estos hallazgos y los que aún están por publicarse, han reforzado un planteamiento que un puñado de arquitectos en el mundo -me incluyo entre ellos- hemos venido defendiendo desde hace décadas: la arquitectura tiene que ser saludable. No solo sostenible, funcional o estéticamente interesante.
Los arquitectos tenemos la responsabilidad y la oportunidad de contribuir a mejorar los niveles de bienestar y las condiciones de salud de las personas.
Cómo? A través de un adecuado tratamiento del aire, el agua, la iluminación, la distribución del espacio, el confort térmico, el confort acústico, la toxicidad de los materiales y la consideración, siempre relevante, de que los edificios son escenarios para el desarrollo social.
Si hace cuatro meses hubiera escrito este artículo, me habría tenido que referir a infinidad de estudios, casos y ejemplos para respaldar esa tesis, que la pandemia ha puesto sobre la mesa de forma contundente. El confinamiento circunscribió nuestro día a día a los hogares y convirtió dinámicas como el teletrabajo en necesidad, lo que puso de relieve las limitaciones y la relevancia de los espacios en los que tenemos que vivir y trabajar. Es claro que los protocolos de distanciamiento y las medidas de higiene que Sanidad ha determinado son un mínimo necesario, sin embargo, no son suficientes. Deben tomarse medidas arquitectónicas, como el rediseño y redistribución de los espacios para garantizar la distancia social; como la instalación de sistemas que eliminen patógenos (no sólo el Covid-19) activa y pasivamente a través de la ventilación, además de la adecuación de la iluminación, los acabados y el mobiliario.
Estamos presenciando un cambio de paradigma: ahora un edificio de calidad será saludable o no será de calidad. En este sentido, es fundamental crear un consenso alrededor del riesgo que suponen los edificios enfermantes, informar debidamente al respecto y definir los nuevos estándares de salud y bienestar que deberán cumplir las edificaciones en general.
Además de los negocios y comercios, que ya han visualizado la necesidad de adaptarse a este nuevo contexto, es previsible también que los espacios de trabajo que cuenten con altos estándares en salud y bienestar atraigan, fidelicen y comprometan al talento, o que los gobiernos que aborden estructuralmente la contención de las crisis -entendiendo el papel de las edificaciones en la prevención- estarán mejor preparados para situaciones como la que hemos vivido.
Se trata de una conversación urgente en la que el sector privado, las instituciones públicas y la ciudadanía deben coincidir para crear conjuntamente protocolos homogéneos, políticas públicas y directrices empresariales. El miedo paraliza y en estos momentos la coordinación entre los distintos actores sociales es fundamental para que nuestras actividades puedan continuar y se desarrollen en un ambiente de confianza.
Tenemos la responsabilidad colectiva de romper la cadena de transmisión de enfermedades contagiosas, de recuperar nuestras actividades económicas sin poner en riesgo la vida y de actuar a la altura de las circunstancias: con esa unidad que las relaciones institucionales son capaces de forjar.
La arquitectura es una forma de expresar lo que queremos como sociedad para nosotros mismos. A través de ella no solo nos preguntamos qué espacios nos imaginamos, sino qué dinámicas queremos que existan en ellos. Y más allá todavía, qué realidad queremos configurar para nuestras futuras generaciones. Esta pandemia nos ha traído la posibilidad de cambiar un paradigma: los edificios importan y ahora más que nunca necesitamos que sean un refugio saludable.
*Este artículo fue originalmente publicado en el Blog de la Asociación
de Profesionales de las Relaciones Institucionales (APRI). Ver en
https://relacionesinstituciona